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Archive for noviembre 2012

Desesperadamente

-Es un frío tremendo, aquí, por dentro.

-¿Un vacío?

-Sí, tú lo has dicho.

-No sabes qué te ocurre. Pero te ocurre algo.

-No sé. Estoy desesperado. Todos los días son iguales, y la verdad te digo: no soy feliz.

-¡Bueno!

-¿Qué pasa?

-Quieres ser feliz. Yo también quiero ser feliz. Yo y todo el mundo. La frutera, el profesor y el charcutero. Hasta el vecino del quinto, fíjate.

-Normal. ¿Qué hay de extraño en eso?, ¿qué otra cosa puedes desear?

-Ese es el problema: el deseo.

-Me he perdido. Quizá no haya sido buena idea contarte todo esto. Me estoy empezando a sentir ridículo.

-Vale. Entonces hablemos de otro tema. Tú eliges.

-Pero, bueno, aclárame eso del deseo.

-Ya. Nada, que la cuestión es esa. Que si todos los días andas preguntándote si eres o no feliz, me parece que va a ser complicado serlo.

-Yo creo que es bueno planteárselo. Si no…

-¿Plantearse el qué?

-Pues eso, si eres o no feliz.

-¡Vaya tarea! A ver, defíneme la felicidad.

-No sé. Sentirse bien con uno mismo, tener muchos amigos, buen trabajo, familia, amor, proyectos, aficiones…

-Muchas cosas, ¿no?

-Es que sin eso… Ya me dirás tú.

-Espero que lo de los amigos esté cubierto. Al menos tienes uno, ¿verdad? Responde sin miedo.

-Claro, eso no lo dudes.

-Me dejas tranquilo. Aunque no creo que hagan falta muchos amigos, sino buenos. Eso sí que es importante. Y tampoco tenemos que verlos todos los días. Te vayas a cansar.

-Si son verdaderos amigos, no te debes cansar, digo yo.

-Todo cansa.

-Eres un pesimista.

-¿Quién decía que no era feliz? Eso. Oye, ¿te has fijado que ya hemos repasado una de las cosas que decías? Los amigos.

-Sí, pero hay más cosas.

-De acuerdo, pero, ¿no crees que así es más fácil, poquito a poco, paso a paso? Es que la felicidad, algo tan grande… Es complicado de abordar.

-Pero aunque vayamos cosa por cosa, me siento igual.

-¿Has ido cosa por cosa?

-Uff.

-No, no has ido. Entonces, ¿por qué no lo intentas? Antes no te decía que no te plantearas nada, o que te dejaras llevar. Hay que actuar, por supuesto. Pero frente a cosas concretas, que tú puedas manejar. No te propongo la inacción, sino la acción dirigida. Que no malgastes munición, si me permites la metáfora bélica. Así irás comprendiendo ese frío. Aunque para caminar con buen ritmo, primero necesitas descansar, serenarte. La desesperación es abismal.

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Sergio del Molino (fuente: heraldo.es)

Ha escrito una historia potente, muy sugerente, con personajes que se mueven entre el absurdo y las vaporosas aspiraciones que les envuelven, siempre detrás de un sentido para sus vidas que nunca saben dónde se esconde. Quizá, solo quieran escapar, como sea, de su realidad. El precio es lo de menos.

Sergio del Molino, periodista, madrileño de nacimiento y zaragozano por residencia, ya había publicado un libro de relatos (Malas influencias), un ensayo (Soldados en el jardín de la paz) y una compilación de artículos (El restaurante favorito de Nina Hagen). Este año ha entrado con buen pie en el reino de la novela, con No habrá más enemigo (Tropo Editores), deliciosa ficción acerca de la cual quería hacerle algunas preguntas.

 

-En primer lugar, enhorabuena por la novela. Ha recibido buenas críticas. ¿Llevaba mucho tiempo con la historia en la cabeza, antes de pasarla al papel?

Suelo pensar y madurar mucho los libros antes de ponerme a escribirlos. Puedo trabajar sobre intuiciones o páginas escritas en un momento de iluminación, pero, cuando me siento a redactar en serio, he meditado mucho sobre lo que quiero escribir. En este caso, llevaba años buscando la forma de plasmar mis sentimientos sobre las relaciones entre padres e hijos. Fracasé varias veces, y no sé si No habrá más enemigo es un éxito en ese sentido, pero sí que es la manera menos imperfecta o más literariamente compleja que he encontrado de abordar un tema que me ha preocupado y ocupado durante años.

-Vemos a dos seres, Lenín y León, deseosos de experiencias. Podríamos decir que el autor toma el aburrimiento vital, existencial, como motivo central de su relato. ¿Vamos bien encaminados?

Pudiera ser, quizá sea su motivación más fácil de explicar, pero no tiene por qué ser necesariamente esa la razón. No sabemos, yo tampoco, por qué Lenín y León hacen lo que hacen. La ausencia de motivación es deliberada y transmite mi propia incomprensión del mundo. Conforme crezco, entiendo menos eso que antes se llamaba, en buen marxismo, la realidad. Me resulta muy difícil justificar y encontrar un sentido a la mayoría de los actos de la vida de las personas, incluyéndome a mí mismo. No hablo sólo de los grandes hitos, de las magnitudes históricas (el porqué de la crisis, de las guerras, de la miseria, etcétera), sino de la realidad en su tono menor: ¿por qué las personas se casan con parejas a las que detestan?, ¿por qué firman hipotecas a cincuenta años?,¿por qué tienen hijos que no quieren tener? En definitiva, ¿por qué persiguen con tanto esfuerzo unas vidas que saben de antemano que no les van a hacer felices? Creo que Lenín y León quieren rebelarse contra la inercia, que ha demostrado ser una fuerza tan incomprensible como poderosa. Lenín, contra la inercia hipotecaria, pues ha comprado un chalet en el que no quiere vivir, y León, contra la inercia laboral, contra un trabajo que detesta y que le obliga a ser lo que no es. El problema es que ninguno de los dos sabe cómo huir de sus respectivas realidades, de ahí lo absurdo de su comportamiento y por eso deviene en desastre. Pero, quizá, estoy haciendo muchas suposiciones en forma de falsas claves ocultas de la novela. Prefiero que el lector encuentre sus propias razones y sus propios mecanismos de causalidad.

-En la ansiedad de ellos se cruza ella, Alejandra, que tiene un menor protagonismo, no habla tanto con el lector, pero que, salvo al principio, siempre está presente de alguna u otra forma. ¿No es cierto que actúa como pivote de la narración?

Alejandra es verdugo y víctima al mismo tiempo. A veces, cuando es vista a través de los ojos de Lenín, es un arquetipo de amor platónico, romántico y trasnochado. Una especie de becqueriano reflejo de luna. Con los ojos de León, en cambio, gana en matices, se vuelve vulnerable, muy frágil. En la parte final, con los ojos de un narrador sin cara, parece una mezcla de ambas visiones, peligrosa y víctima. Es el objeto necesario de las pasiones de Lenín y León y, a la vez, tiene una entidad propia, de chica perdida. En el fondo, como dice Herzen, es una de esas chicas de las canciones de amor del pop. A mí me gusta mucho Alejandra. Probablemente, sea el único personaje del libro con el que me tomaría una cerveza. Su función no es solo instrumental, tiene carne propia.

-Hablábamos antes de la abulia. Pero hay otro tema, el conflicto generacional, que da sentido a la obra. Es claro en el caso de Lenín, aunque también se observa en Alejandra, marcada por el gris del edificio militar. ¿Por qué esta flecha hacia la figura del padre?

Porque a mí me preocupa mucho y me seduce como tema literario. Quizá porque no tengo pedigrí ni linaje, me gustan mucho las sagas literarias en las que se novela el patriarcado y se retratan padres severos y distantes que marcan el carácter de los héroes. Se ve muy bien en Tolstoi, pero también en las memorias de muchos escritores ingleses, como Evelyn Waugh, que transmiten una mezcla complejísima de admiración, miedo, respeto y rencor hacia sus padres. Unos padres que, generalmente, son unos grandísimos hijos de puta. El padre de Waugh, por ejemplo, sólo se dejó ver en la infancia de su hijo para gritarle que no hiciera ruido mientras jugaba y que le dejara dormir la siesta. No supo nada más de él salvo esos gritos atronadores que le mandaban callar. Yo quería mezclar esa rica tradición literaria (un tanto abandonada, quizá) con mi propia experiencia como hijo. Que el padre de Alejandra sea militar y viva en un severo edificio gris me sirve para acentuar este aspecto que tanto me interesa.

-Aparecen enfrentados dos tipos de amor: el estable, el tranquilo, representado por Nadejda; y el desenfrenado, salvaje, orgásmico, ¿onírico?, que ofrece Lola. ¿Es que tenemos que elegir entre uno de los dos?

Esto, en realidad, es un guiño explícito a una de las referencias más reiteradas en la novela: el cine de David Lynch. Especialmente la primera parte está llena de citas al universo de Lynch. Y me extraña que muchos críticos hayan cazado referencias mucho más oscuras y escondidas pero hayan obviado la más clara. En un momento dado, Lenín y León citan explícitamente el argumento de Blue Velvet, en el que un adolescente tiene que elegir entre el amor de una dulcísima y muy ñoña (y muy rubia) Sandy, y el de la muy voluptuosa, muy oscura, muy trágica y muy triste (y muy morena) Dorothy, interpretada por Isabella Rossellini. Lynch juega con un tópico muy viejo, pasión contra razón, rebeldía contra conservadurismo, valentía contra cobardía. Es muy viejo y muy trillado, pero a Lynch le sirve como puerta para activar un mundo mágico donde las convenciones narrativas se dislocan y revelan su inutilidad para comprender de verdad la historia. Porque lo de menos es comprenderla. Eso es lo que me interesaba a mí al jugar con esa dualidad tan manida, que tiene su reflejo en otras dualidades: la de León y Lenín, la de Alejandra y Lola y, más simbólicamente, en los colores rojo y negro de las cartas del póker. Es un juego de sugerencias, un baile, una invitación a dejarse embrollar y una manera de anclar mi novela en una tradición onírico-lúdica en la que me siento muy cómodo y muy reconocido.

-En el libro utiliza una jerga sexual poco frecuente en las novelas, pero sí en la calle, en el día a día. ¿Ánimo de provocación, o solo de mayor realismo, de naturalidad?

No creo que ningún adulto, en el año 2012, pueda sentirse provocado por un contenido pornográfico. La jerga sexual que uso no es ajena a la literatura. Quizá sí lo sea a cierto tipo de narrativa española, porque muchos escritores españoles tienen una grave incapacidad para construir escenas eróticas y pornográficas convincentes. De hecho, hay una rica tradición literaria pornográfica en la que mi novela se inspira, pero no es una tradición española. Ahí están Henry Miller o Charles Bukowski, dos excelentes pornógrafos mucho más salvajes de lo que yo seré nunca. El sexo es importante en la novela porque lo es para uno de sus protagonistas, y me preocupaba mucho escribirlo bien. Me esforcé un montón en la construcción de los relatos sexuales, quería que sonaran húmedos y lascivos, que no pasaran inadvertidos, que transmitieran cierta verdad. Espero haberlo conseguido.

-Hay un personaje que me ha llamado mucho la atención. Se trata del heavy Irigoyen, que parece estar dotado de un cierto carisma, a pesar de su disoluta vida. A la hora de dibujar al pintoresco locutor radiofónico, ¿predominó el propósito burlesco, o hay también algo de dramático en este «marginal por vocación», condición compartida con Herzen?

No sé si Irigoyen es heavy o simplemente se viste en el ropero de Cáritas, aunque le guste Black Sabbath. Irigoyen es un personaje esquinado y bronco, puede que tragicómico. Está inspirado en una persona real, al igual que el pintor Herzen, aunque yo les he dotado de unos rasgos instrumentales y propios que no se corresponden con nadie. Herzen y él son los personajes más libres, y los que sufren su propia libertad, tienen que vivir con ella. Son espejos en los que los protagonistas pueden mirarse.

-Dos ciudades: Madrid y Zaragoza, que reivindican su papel en la novela. Desde luego, la imagen que se nos ofrece de ambas no es muy simpática. ¿Quiso acompasarlas con el devenir de los protagonistas?

Las ciudades y, en general, los paisajes de la novela son proyecciones del estado de ánimo de los protagonistas. Aparecen como las dibujan ellos mismos: hostiles, asfixiantes, irrespirables. En general, me gusta construir los espacios como reflejo de las personalidades que los habitan. No es que estén acompasadas a ningún devenir, es que son parte de ellos mismos, un vehículo más de su expresión.

-Un largo viaje en coche, dos sombras detrás…Parece que el relato no tiene un final cerrado, o al menos deja la puerta abierta a la imaginación, a una hipotética continuación.  ¿Era esa su intención al comenzar a escribir, terminar así, de esa forma brumosa?

Alguien me dijo una vez que los finales cerrados son una muestra de mala educación, que son casi un insulto al lector. Y hay algo de verdad: cerrar y compactar todas las tramas de una novela presupone cierta infantilización del lector. Es como si el autor no lo considerara lo bastante inteligente o lo bastante maduro para detener el relato sin que todas las preguntas queden respondidas. A mí, como lector, me gustan las novelas abiertas y centrífugas, y detesto los puzles demasiado centrípetos, en los que cada cabo encuentra su nudo. La literatura que me interesa está hecha de sensaciones y de intuiciones, mucho más que de certezas. Por eso todo queda abierto. Quizá me he pasado abriéndolo mucho más de lo que un lector medio está dispuesto a tolerar, pero sentía la necesidad de que No habrá más enemigo se quedara suspendida en el polvo de esa tarde yucateca de la última escena. Es una novela que trata sobre la incomprensión del mundo, por lo que ella misma tiene que ser hasta cierto punto incomprensible. Si no, se estaría contradiciendo, estaría diciendo que ese mundo que a mí me parece incomprensible puede comprenderse en realidad. Y yo no creo eso.

-Después de esta primera novela, que ha tenido una buena acogida, ahora viene la segunda, la que dicen es la más difícil. ¿Siente vértigo? Ya de paso, ¿podría adelantar un poco de su contenido?

Mi siguiente libro no es exactamente una novela porque no es una obra de ficción, aunque en su estructura y forma cumple los requisitos mínimos del género. Pero es más lo que los franceses llaman un memoir, una obra autobiográfica. Se titula La hora violeta, y es un libro que no hubiera querido haber escrito nunca, pues cuenta el año en el que perdí a mi hijo Pablo. En cierto modo, es una carta de amor a mi hijo, aunque yo la escribí con el propósito de dar forma a mi dolor por su muerte. No con la intención de entenderlo o de eliminarlo. No soy tan ingenuo. Simplemente, pensaba que, si le daba forma de libro, sabría cómo era esa cosa tan áspera y dura que me rompía por dentro. En el fondo, quizá, simplemente respondí ante lo peor que me podía pasar en la vida de la única manera que sabía responder: escribiendo. Porque, si me quedaba alguna duda, soy escritor y no sé hacer otra cosa que escribir. El libro saldrá este mes de marzo en la editorial Mondadori y ya he firmado una traducción al italiano que se publicará también en 2013.

 

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